Feliz cambio de folio


Y aquí estoy, a cuatro días de haber cumplido 30. Curiosamente, o tal vez no tanto, la entrada del aniversario del blog fue tratada con más puntualidad que mi propio cumpleaños. ¿Señal de que debo revisar mis prioridades? Tal vez sí, tal vez no. Pero estamos claros que tratándose de cambios de década, se celebra primero y se postea después.

Ahora debería venir el párrafo donde hago todo un profundo análisis introspectivo sobre el antes y el después, pero no tengo idea de cómo hacer eso. Es como tirarse las cartas uno mismo: terminas viendo lo que quieres ver y aclaremos que la tarotista oficial de la familia es mi brujis madre; yo solo sueño raro, así que no le pego mucho al oficio. Aparte que en realidad me siento igual. Se supone que a estas alturas del partido debería sentirme con un cierto grado de madurez superior, pero aunque he estado en constante movimiento y supongo que algo tengo que haber aprendido de cada vuelta y metida de pata por el camino (sino qué pena), lo cierto es que me siento igual de cabra chica que siempre. No, miento. Me siento más cabra chica que nunca. Algo que por lo visto las fotos apoyan:

Empiezo a creer que no era chiste eso de que bebo y me baño en sangre humana para guardarme del paso del tiempo...

Pero tal vez en eso consiste esto: en aceptar que hay una parte de mí que nunca va a crecer y en mantenerla viva a pesar del día a día y su tic-tac asesino, porque es esa parte la que me va a mantener a flote y devolver las energías cuando las cosas no vayan según el plan. Así que lo siento, pero a mi cabra chica interna no a mata nadie. Y no hay nada tan de cabra chica como querer más, más, más y más. Si por algo se caracteriza la mocosa dentro de mí, es por un hambre voraz de experiencias y le gusta saborearlas todas y a fondo. Tiene una necesidad constante de imaginarse en nuevos escenarios y probar cosas nuevas, aunque solo sea para descubrir que se veían más bonitas desde lejos o que realmente no le gustan. Después de todo esta niña no deja de ser bruja y no puede resistirse a los experimentos; nunca ha podido, y me alegro.

De más está decir que gracias a ella, más de una vez me ha explotado el caldero en la cara, pero vale la pena. Las mejores pócimas son las que cuestan o las que salen de sorpresa cuando una experimentaba con una fórmula totalmente distinta.

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